El próximo viernes 20 de abril, se va a inaugurar la placa homenaje al que fue campanero y sacristán de la parroquia del Sagrario durante muchos años, Diego Florentín, y que dará nombre al tramo de calle que va desde la puerta de La Piedad de la Iglesia Mayor hasta la plaza del Arco de la Magdalena. Un "pasaje" que se encuentra justo debajo del campanario y de ahí la ubicación del nombre de dicha calle.
El acto tendrá lugar a la una del medio día, y contará con la presencia de la Corporación Municipal, el Administrador Diocesano, la Asociación de Vecinos del Centro, los sacerdotes de la Iglesia Mayor y familiares y amigos de Diego "el campanero".
A colación de esta noticia, reproducimos el artículo José Ramón Noguera Soria y que se publicó el 23 de abril de 2008 tras la triste noticia del fallecimiento de Diego:
Acabo de conocer la noticia de que Diego Florentín, el último campanero, se nos ha ido. Con la desaparición de Diego se apaga de forma irremisible esa vibración interior que, por haber vivido con ella, nunca –hasta ahora- supimos apreciar como es debido.
Sin pretenderlo, fue el mejor cronista social en el acontecer de nuestro pueblo durante buena parte del siglo pasado. Tan pronto los bronces de la torre de la Colegiata anunciaban el bautizo de un recién nacido que se incorporaba a la Comunidad, como entonaban el triste y melancólico toque de despedida a un vecino a quien la edad o la enfermedad habían terminado por pasarle factura.
El concierto cotidiano de sus campanas, que incluía toques como el de alzar a Dios a la una del mediodía –en recuerdo de la Toma de la Ciudad por los Reyes Católicos-, o el de ángelus, se veía alterado por bulliciosos volteos en vísperas y fiestas de guardar, como Santa Bárbara y Corpus Christi, en los que la chiquillería pugnaba por emprender veloz subida hasta el campanario para, una vez allí instalada, aferrarse a una de las cuerdas que daban vuelo a, por ejemplo, la Magdalena, la Verónica o, más recientemente, la Golondrina.
Si la Guerra Civil fue el mayor drama colectivo de nuestra historia reciente, para Diego el padecimiento lo fue por partida doble: todas las campanas fueron arrojadas a la calle –menos la Gorda, que se dejó para tocar alarma por si se aproximaba la aviación-, y desaparecieron.
Pero este hombre singular, que bien pudiera identificarse con Gervasi, el peculiar personaje recogido por Josep Pla en El quadern gris, no se resignó ante semejante pérdida. Comenzó entonces, solo y por su cuenta, una tenaz tarea de allegar fondos con los que fundir nuevas campanas que sustituyeran a los primitivos carillones. Recogió chatarra, vendió lotería… Y al cabo de los años pudimos ver cómo, poco a poco, los huecos hasta entonces inánimes del campanil, se iban cubriendo de metálica sonería. Todo un logro para el bueno de Diego.
Tan agotador esfuerzo no tuvo en su momento reconocimiento público alguno –tampoco él lo pretendía-. Sin embargo, dicen que es de bien nacidos ser agradecidos. El tramo que une el Arco de la Magdalena con la Plaza Mayor carece de nominación oficial (pese a que la inventiva popular ha venido en llamarlo Puerto Povea o Callejón de las Pulmonías, en clara referencia al dios Eolo, quien allí instaló acreditada sucursal). Creo que, de ahora en adelante, podría pasar a denominarse “Pasaje Diego Florentín”, en recuerdo de quien tantas veces lo transitó con apresurado caminar. Sin duda, sería un justo homenaje a este insigne bastetano, profundo conocedor de la intrahistoria eclesiástica de Baza y que enalteció como pocos el oficio de campanero.
José Ramón Noguera Soria.
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