LOS POBRES EN EL CORAZÓN DEL EVANGELIO
DON Y TAREA PARA LA IGLESIA
Con motivo de la I Jornada Mundial de los Pobres
Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
Este año, por invitación del Papa Francisco, y como fruto del Año de la Misericordia, vamos a celebrar por primera vez en la Iglesia la Jornada Mundial de los Pobres, “para que en todo el mundo las comunidades cristianas se conviertan cada vez más y mejor en signo concreto del amor de Cristo por los últimos y más necesitados” (Mensaje del Santo Padre Francisco).
Esta nueva Jornada para la Iglesia universal, que a partir de ahora celebraremos cada año, quiere ser un estímulo que nos haga reaccionar a los creyentes, y también a los que no lo son, frente a la cultura del rechazo y la exclusión, esa cultura que descarta a aquellos que no pueden subirse al carro que ella misma impone por la exigencia del tener, del disfrute, del derroche, para hacer nuestra la cultura del encuentro, de la acogida, de la aceptación del otro. Por otra parte, esta iniciativa que brota de la solicitud pastoral del Papa, es una invitación a acercarnos a los últimos, a los más pobres, para compartir con ellos no sólo lo que nos sobra, sino la vida misma, reconociéndolos y haciéndolos nuestros, para esto sería bueno y oportuno poner gestos concretos.
1. Los pobres en el corazón de Dios, opción fundamental de la Iglesia.
En el Mensaje con motivo de esta Jornada de los Pobres, el Papa Francisco cita unas palabras del Beato Pablo VI que quiero traer ahora: “Todos los pobres pertenecen a la Iglesia por derecho evangélico”. Y es que los pobres están en el corazón mismo del Evangelio, porque Dios los lleva muy dentro de sus entrañas. Dios no es, no puede ser, sordo al clamor de aquellos que lo invocan. Dios siempre escucha el grito de los afligidos y sale a ayudarlos. La petición del pobre se hace oración; no es una palabra que caiga en el vacío del corazón del que tiene muchas cosas que hacer, del que pone una petición-ocupación más en su mucha tarea; la petición del pobre es oración porque Dios escucha y habla, porque sale en ayuda del que lo necesita.
Al hablar del amor de Dios, que se vuelca de modo especial con los pobres, pienso en una madre o en un padre. Sin duda a todos los hijos quieren por igual; sin embargo, la verdad de ese amor hace que la justicia que se contiene en la igualdad de su entrega se convierta en misericordia que da a cada uno lo que necesita. Dios nos ama con misericordia, dando a cada uno lo que necesita. Así se convierte una vez más en testimonio y ejemplo para la Iglesia y para cada uno de los que la formamos.
El amor de Dios se manifiesta en sus obras, en las que realiza en favor nuestro. Por eso, el amor del cristiano se tiene que manifestar de igual modo en nuestro obrar. Este es, nos dice el Papa, “un imperativo que ningún cristiano puede ignorar”. La caridad no es opcional en la vida cristiana, forma parte de su esencia. El amor a Dios, pilar fundamental de la fe cristiana, se manifiesta del modo más claro en el amor al prójimo. No amo a los demás porque soy muy bueno, sino que los amo con el amor que Dios me da, invierto el amor de Dios en amar a aquellos que son su rostro, su carne, los pobres.
2. El rostro de la pobreza.
La pobreza no tiene un rostro, tiene muchos, porque para nosotros la pobreza son los pobres. Los pobres no son sólo aquellos a los que hay que ayudar, sino también los hombres y mujeres, los hermanos y hermanas, a los que hemos de acompañar, con los que hemos de solidarizarnos y hasta con los que hemos de convivir. La vida con los pobres nos enseñará la hermosa lección que contiene la pobreza. El objetivo de este camino es la identificación con Cristo pobre. En los rostros de los pobres vemos a Cristo, al que queremos amarlo en ellos como nos pide el mandamiento principal.
El camino de la Iglesia con los últimos de la sociedad ha de ser un camino de identificación. Quiero insistir que no basta con ayudar, con dejar tranquila la conciencia en la ayuda puntual y, en el fondo descomprometida, tenemos que emprender un camino de acercamiento a los pobres para escucharlos, para mirarlos a la cara, para tender la mano, para que sientan la ternura del “tú me importas”. La verdadera compasión es compartir la pasión, la situación de postración, y esto no se hace mediando la pantalla del televisor o el papel de la publicación. Sé que no es fácil, que no siempre es posible, pero el objetivo último de la vida cristiana es estar con los pobres, caminar con ellos, vivir con ellos. Desde aquí agradezco de todo corazón el testimonio de todos los que vivís con los pobres, en la Diócesis y fuera de ella. Sois la alerta constante para no dormirnos en una fe acomodada, para no escondernos detrás de una religiosidad de cumplimiento; sois la llamada a vivir comprometidamente la fe, porque esta es la respuesta auténtica al don de Dios.
No quisiera quedarme en sólo palabras, por eso, os invito a mirar a la realidad de nuestra diócesis para descubrir las pobrezas que nos envuelven, y que más que suponer un motivo de abatimiento o de rendición, deben convertirse en una oportunidad para la esperanza. Aprendamos a ver en las situaciones de pobreza oportunidades para que todos, sin excepción, podamos vivir con dignidad.
La realidad social de nuestra Diócesis nos permite ver una pobreza, en muchos casos, enquistada y de difícil salida. La despoblación y el envejecimiento de la misma no es, precisamente, un signo de esperanza. Tenemos núcleos de pobreza extrema, casi siempre motivada por la falta de empleo y de horizonte para encontrarlos.
Estoy convencido que nuestra gran pobreza en este momento es el paro laboral, especialmente el que afecta a los jóvenes, marcándolos en su modo de ser y de actuar. Muchas veces tenemos jóvenes titulados pero no cualificados para ejercer un oficio concreto. Esta realidad conlleva una gran falta de ilusión y la tentación constante de “engancharse” al pasotismo, al vivir sin ver y sin comprometerse, o a algo que les motive, incluida la drogodependencia en la multitud de formas que tiene hoy.
Otra cara de la pobreza son los ancianos, muchos de ellos solos y casi abandonados. Hay que agradecer a las personas e instituciones que se cuidan de ellos, merecen nuestro reconocimiento y apoyo; pero, desgraciadamente, esta ayuda no llega a todos ni a todo lo que necesitan. Tendremos que seguir trabajando para que estas personas mayores vivan este tramo de la vida con dignidad, y en un verdadero ambiente hogareño, aunque sea en la soledad de su propia casa.
No olvidemos tampoco la pobreza que supone la mentalidad de los que se sienten cómodos en su indigencia y hacen de la mendicidad o de la ayuda externa su medio de vida. Hemos de romper la cronicidad de muchas situaciones de pobreza que humillan y rompen la puerta del futuro mejor.
No trato en esta carta de describir toda la pobreza ni todas las pobrezas que tocan nuestra realidad, son muchas. Sólo reivindico, porque es mi derecho y mi deber, ilusión y fortaleza para luchar contra las situaciones de injusta pobreza y marginación, al tiempo que pediría trabajar juntos por un liderazgo moral que nos haga protagonistas de nuestra propia historia y del progreso de los hombres y mujeres de nuestra tierra.
3. La Iglesia tiene que sentirse interpelada.
La imagen de la primera Iglesia que transmite el libro de los Hechos de los Apóstoles muestra cómo los cristianos “Vendían posesiones y bienes y los repartían entre todos, según la necesidad de cada uno” (Hch 2,45). Es la preocupación de aquellas comunidades por los hermanos más necesitados que les lleva a compartir los bienes en un gesto de verdadera comunión.
Este testimonio lo es también para ejemplo nuestro, los cristianos de hoy. La comunicación cristiana de bienes ha de ser no sólo algo que realizamos en momentos puntuales a lo largo del año, cuando se hace una colecta especial, sino un estilo de vida en las comunidades cristianas. Compartir lo que somos y lo que tenemos es parte del ADN del cristianismo.
La Iglesia, es decir, cada uno de los cristianos, tenemos que sentirnos interpelados por los pobres. Es esta una tarea en la que hemos de avanzar en nuestra Diócesis. Los cristianos que más tienen han de compartir con los que menos tienen, y las comunidades parroquiales más ricas han de compartir con las más pobres. Este principio vale también para las Cáritas.
Queridos hermanos y hermanas, no nos quedemos en los diagnósticos o en las estrategias para acabar con la pobreza, vayamos a los pobres y mostrémosles el don de la fraternidad con nuestra entrega personal y con nuestra ayuda desinteresada y generosa.
4. Invito a los Párrocos y responsables de comunidades cristianas a vivir esta Jornada Mundial de los Pobres y a transmitirla a todos los fieles. Para ello, y según las indicaciones que dará oportunamente el Vicario episcopal para la Acción Social, os propongo:
• Celebrar el domingo, día 19, la Misa “Por el progreso de los pueblos”, tal como se contiene en el Misal Romano, haciendo referencia a esta Jornada en las homilías.
• Organizar vigilias u otros momentos de oración por los pobres en las parroquias y demás comunidades. Recemos por lo más necesitados.
• Invitar a los fieles a acercarse a los pobres mediante una visita o una ayuda.
• Concienciar a los fieles de la importancia del voluntariado en Cáritas, en Manos Unidas, o cualquier otra institución que trabaja en favor de los pobres.
• Consolidar y animar la Cáritas parroquial para que sea expresión de la caridad de toda la comunidad parroquial.
• Invito también a los colegios católicos y a los profesores de religión a llevar esta Jornada a sus centros educativos, ya sea en el aula o en algunas acciones que organicen a este fin.
Quiero terminar haciendo mías las palabras del Papa Francisco en el ya mencionado Mensaje con motivo de esta Jornada de los Pobres: “Que esta nueva Jornada Mundial se convierta para nuestra conciencia creyente en un fuerte llamamiento, de modo que estemos cada vez más convencidos de que compartir con los pobres nos permite entender el Evangelio en su verdad más profunda. Los pobres no son un problema, sino un recurso al cual acudir para acoger y vivir la esencia del Evangelio”.
Que María, la Madre de los pobres, venga siempre con nosotros en este servicio a los más necesitados.
Con mi afecto y bendición.
+ Ginés, Obispo de Guadix
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