Queridos diocesanos:
El lema que se nos propone para la Campaña del Seminario de este año: “Cerca de Dios y de los hermanos”, me sugiere algunas reflexiones que quiero compartir con vosotros.
1. Se nos habla en primer lugar de cercanía. La cercanía es la cualidad de estar próximo a otra persona. Un sacerdote es aquel que ha de estar próximo a Dios y próximo a los hombres. El sacerdote ha de ser un “prójimo” que comparte la vida de Dios y la vida de la gente. Sólo desde esta cercanía puede conocer y encarnarse en la vida de aquellos a los que ha sido llamado a servir. Para ser cercano hace falta tiempo y dedicación, y lo que es más importante, entrega.
El modelo de la entrega sacerdotal es Cristo. Él en el uso de su libertad se pone en mano de Dios con una obediencia que lo lleva a la entrega de la propia vida. Esta entrega sólo es posible en el amor. Sólo el que ama es capaz de entregarse. San Juan abre el relato de la Pascua del Señor con estas palabras: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo los amó hasta el extremo” (Jn 13,1). Esta es la vocación de Cristo, y esta es también la vocación de los sacerdotes. La vocación de cada sacerdote es una verdadera historia de amor. Cautivados por la persona de Cristo, hemos escuchado una llamada a seguirlo; a estar donde Él está, a vivir con Él, y a ser como Él es. El seguimiento es una identificación con el mismo Señor.
Esta identificación en la persona y en la entrega de Cristo se expresa en el servicio a los demás. El servicio que el sacerdote debe a los hombres está marcado por el estilo de Cristo. El Señor se acerca a los hombres y los escucha, los perdona, los levanta de la postración, los cura, los anima, los llama a su seguimiento. Cercano a los hombres al estilo de Cristo es la tarea diaria de cada sacerdote.
El que está cerca es capaz de escuchar y de hablar en la intimidad del corazón humano. En un mundo tan mediático como el nuestro, sólo aparecen los que hacen ruido, los que son noticias; no aparecen, por el contrario, tantos que están cerca de Dios y del pueblo, aunque no hagan ruido. Estar ahí, estar presentes, acompañar el camino de nuestra gente, hacer presente a Dios en medio de este mundo, es el primer testimonio de nuestros sacerdotes. Soy testigo de su entrega y de su generosidad.
2. La cercanía a Dios y a los hombres trae, por otra parte, a nuestra memoria la condición de “puente”. El sacerdote es puente que une a Dios con los hombres y a los hombres con Dios. En ningún momento como en la celebración de la Eucaristía aparece con tanta claridad esta condición del sacerdote. Hay momentos en la celebración en los que el sacerdote habla de parte de Dios, y otros, en los que habla de parte del hombre. Ser puente supone, por tanto, estar anclado en las dos orillas.
Sin una vida intensa de oración el sacerdote no podría ser fiel predicador del Evangelio; correría el peligro de ser vocero de sus propias ideas o preocupaciones. La cercanía a la Palabra de Dios y a la Eucaristía le da las armas y la fuerza para hablar con autoridad apostólica. Os pido, queridos hermanos, que recéis por vuestros sacerdotes para que sean, seamos, hombres de Dios.
Del mismo modo, la vida compartida con los hombres y mujeres que se les han encomendado forma parte esencial de la vocación sacerdotal. El cuidado del pueblo de Dios es un don y una tarea que hay que comenzar cada día. El sacerdocio es novedad que se estrena cada nuevo día. Un sacerdote nunca tiene nada conquistado, sino que siempre debe estar abierto a las sorpresas de Dios que se manifiestan también en las necesidades de los fieles.
El Seminario es el instrumento para que los llamados al sacerdocio puedan iniciarse en este arte de ser pastor de la comunidad cristiana. “La formación sacerdotal es un camino de transformación, que renueva el corazón y la mente de la persona, para que pueda «discernir cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto» (Rom 12,2)” (Ratio, 43). La formación de los futuros sacerdotes es un proceso lento, profundo y delicado que el pueblo cristiano debe seguir con interés. Qué importante es que hablemos de nuestro seminario, que nos preocupemos por él, y, sobre todo, que recemos por los que allí se forman.
Si no sentimos el Seminario como nuestro, como algo fundamental en la vida de la Diócesis, difícilmente invitaremos a nuestros niños y jóvenes a responder a la llamada de Dios. Os animo a ayudar a los jóvenes a responder a esa llamada; seamos todos voceros de la vocación para que los ruidos del mundo no acallen la voz de Dios en el corazón de los hombres.
Este año celebramos con gozo la próxima beatificación de un grupo de alumnos de nuestro seminario, mártires de Cristo. Si la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos, también la sangre de estos mártires será semilla de nuevos y santos sacerdotes. En nuestros mártires se refleja tanta gloria a Dios como ha dado nuestro seminario; quiera Él que la siga dando para bien de su pueblo.
Encomiendo nuestro Seminario a vuestra oración y a vuestra dedicación. Como lo encomiendo a la protección amorosa de la Virgen María. Que ella sea ejemplo y ayuda para los jóvenes; que su Sí ilumine el sí de aquellos que han escuchado la llamada del Señor, para que soltando ataduras y fijos los ojos en Él, caminen en el servicio de Dios y de los hermanos.
Con mi afecto y bendición.
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