San Fandila fue un joven de Guadix que se trasladó a Córdoba para estudiar como tantos otros de la
clase acomodada mozárabe. Tenía fama de asceta, guardando largos períodos de
ayuno. Se unió a los monjes del cenobio Tabanense.
De gran humildad y obediencia, brillaba por su santidad de vida. A instancias y por voluntad de su abad, fue ordenado sacerdote y encargado de asistir a los monjes de san Salvador, de Peñamelaria, que lo habían solicitado con insistencia.
Tras el concilio cordobés del 852, la prohibición de las confesiones espontáneas por el mismo había venido a satisfacer las exigencias del emir Abderramán II, pero aquello no logro la paz que los prelados esperaban para la Iglesia. Incluso el propio obispo de Córdoba, Saulo, fue encarcelado.
Muerto Abderramán II, le sucede su hijo Mohamed I, con el que las condiciones para la comunidad mozárabe empeoraron aún más, pues expulsó de palacio y de los cargos públicos a todos los cristianos. Como consecuencia, el miedo hizo que no pocos de ellos apostataron y abrazaron el islam.
El nuevo emir mandó derruir las últimas iglesias construidas y suspender el
culto en algunas de las antiguas.
En este clima de persecución y de deserción, el silencio de los confesores espontáneos, estaba dando alas a la represión, pues se veía a la comunidad cristiana asustada, privada de su pastor y diezmada por la apostasía.
Es entonces cuando surge el primer confesor espontáneo de un nuevo período de la epopeya martirial, y fue precisamente Fandila, un hombre aún joven, pero con un grande y bien ganado prestigio. Su martirio supuso para el cristianismo un importante reforzamiento espiritual para hacer frente a la persecución y a la intimidación.
Presentose ante el cadí, y sin alterarse, explicó la verdad de Jesucristo y denostó como falsa la religión enseñada por Mahoma.
No esperaba el juez que hubiera nuevos confesores espontáneos y lo manda prender a Fandila, dando parte al emir. Éste, lo primero que hizo fue mandar prender nuevamente al obispo, que había sido excarcelado, pero avisado éste, pudo ponerse a salvo. Dice Eulogio que los dignatarios y ministros de la corte tuvieron que disuadir a Mohamed I de promulgar un edicto por el cual pretendía prohibir el cristianismo, matar a los que opusieran resistencia y condenar a la prostitución a las cristianas.
Pero, el 13 de junio del 853 rodó la cabeza del valeroso Fandila, y colgaron su cuerpo en un patíbulo junto al Guadalquivir. Su ejemplo sería rápidamente seguido por otros cristianos.
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